domingo, 10 de enero de 2010

Cuando fuimos afrodisiacos


«Esto es tan repugnante, no más que un tótum revolútum de pelos, fluidos viscosos y respiraciones y carne que tremulan.»

—P., ¿estás bien? Pareces como ausente...

—Sí, sí, quiero decir... no, no te preocupes. ¿Te gusta?

—Hombre, algo más de pasión lo mejoraría bastante, si te soy sincera.

«En menudo berenjenal me he metido. Bueno, todo sea por el niño. En cuanto la deje embarazada y pasen nueve meses, ¡voilà!, un precioso y enternecedor muñequito estará en este mundo, conmigo; un pequeño ser con el que no me aburriré de jugar y al que no me cansaré de mirar, oír ni acariciar. Además, si en el trabajo me sigue yendo tan bien como hasta ahora, podría tener más...»

—Oh, esto está un poco mejor. Mmm...

«Y, conforme vayan creciendo, compartiré con ellos lo que sé y lo que me inquieta. Les hablaré de los temas que me gustan, de lo que me apasiona...; los cultivaré, sí, en cierto modo, para procurarme la compañía que deseo. Así, cuando hayan alcanzado cierta edad, podré debatir con ellos, confesarles mis preocupaciones, y, por qué no, abstraerme de la enojosa vida que sin ellos me esperaría... Se convertirán en iguales que no me abandonarán nunca..., en amigos.»

—¡Vaya! Has empezado algo frío, cielo, pero ha merecido la pena esperar. ¡Uf!

«Eso es: juguetes y amigos, juguetes y amigos, ¡juguetes y...»

—... amigos! ¡Síii!

—¡Oohh! No hace falta que hables, cariño, sólo muévete, así, así... ¡Oohh!

—¡Mmpf! ¡Uff!

—¡Hay que ver!, ¡al final te has portado, cielo! Me ha encantado, y ¿a ti?

—Sí, claro... Perdona, voy a darme una ducha.

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