viernes, 27 de enero de 2012

Mi rostro hoy


Bajo la convergencia de unas cejas de mediano grosor y sosteniendo por su centro unas pequeñas gafas –cuya fina montura es actualmente de color marrón–, aparece una nariz chata y algo redondeada en su punta. Surge entonces, debajo, un bigote cubierto de duro vello –evidente como la barba por más que se los afeite día sí, día no–, bigote al que enmarcan dos surcos que nacen de las aletas de la nariz y casi terminan en las comisuras de los labios, más marcados tales surcos cuando el rostro sonríe, apenas perceptibles si está serio. Los labios son carnosos, sobre todo el inferior, y dibujan, cuando ambos se tocan, la silueta de una gaviota captada en el instante en que, mientras vuela, empuja el aire batiendo sus alas. A todo este conjunto de nariz y boca lo rodean una barbilla redondeada –que vista de perfil aparece algo retraída respecto a la boca– y una mandíbula grande y cuadrada. Las orejas, por su parte, son de mediano tamaño y sobre ambas reposan las patillas de aquellas gafas marrones, que, antes de unirse con el armazón que sostiene las lentes –tras las que miran dos almendrados ojos también marrones, y grandes–, se cruzan con sus homónimas (aunque más gruesas), las cuales, partiendo a la altura de los pómulos, ascienden para desembocar en un calmo río de pelo castaño.

martes, 13 de diciembre de 2011

Reencarnación


Quizás en otra vida mi cuerpo lustraba el aire,
quizás nacía vez tras vez de un instrumento
para en los oídos morir,
acariciándolos, mil veces y una.



sábado, 3 de diciembre de 2011

Todos perdemos


Oyeron que desde el Corán Dios clamaba venganza. Que el agravio que contra la ciudad estaban cometiendo los invasores, les decía, no podía quedar sin su ejemplar castigo. Eran pobres y no podían, por tanto, aplicarlo a todos, como merecían, pero para muestra bien le serviría un botón. O cuatro: una vez rodeados, los apalearon sin compasión, dando algún que otro golpe a la cabeza, o más de uno, puntapiés sobre todo, qué mejor manera de matar cuando se dispone de tan pocos medios, si además después se prende fuego la muerte es segura. Liquidadas sus vidas, pensaron –si acaso la desbocada ira les permitía tanto– que su obra no estaría completa sino hasta pisotear también sus honores, conque recogieron del suelo los pocos restos que podían ser recogidos y, al abrigo y entre el exaltado júbilo de los habitantes, desfilaron todos por la ciudad. Llegados a un puente, y a fin de hacer palmario y más duradero el escarmiento, colgaron allí lo que hacía unas horas se llamaba vida y para entonces habían despojado de nombre posible.

Por los cuatro a quienes colgaron del puente, les gritaba Dios en alguna página de la Biblia, habría de caer sobre los autores de la ofensa, y sobre sus mujeres y sus hijos si no se apartaban, todo el peso de su furia, que no es otra que la de ellos. Así fue mandado, así se hizo. Orgulloso debía estar el del Libro de ver desplegarse a su orden tal sinnúmero de soldados, aeronaves, carros de combate y armas, iban a enseñarles cómo se apalea y calcina con eficiencia. No pudieron ser resucitados aquellos cuatro, que hacer milagros sólo corresponde a él, pero sus honores fueron sobradamente restituidos siendo arrasados dos tercios del territorio de la maldita ciudad, amén del ajusticiamiento –líbreme Dios de dar otro nombre a la cosa– de una cantidad de gente que aún hoy no se conoce del todo, pero que en cualquier caso de mil y un buen pico no bajará. Asimismo –y análogamente a la ultrajante exhibición en el puente–, con el propósito o sin él de prolongar la punición, se utilizó en el revanchista ataque cierto material que ha llevado sus consecuencias hasta hoy y quién sabe hasta cuándo, esto es, se multiplicaron los nacimientos de niños cuya anatomía nunca les permitirá andar o asir o pensar como cualquier niño anda o ase o piensa. Para que así durante mucho tiempo recuerden que nadie puede enfrentarse a Dios, pues Dios siempre gana.

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Fuente: «Los niños “malditos” de Irak», XlSemanal n.º 1.257.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Gracias


Por elevarme unos instantes a la superficie
y sacarme así del pozo
que la tristeza hasta su brocal llena.


viernes, 28 de octubre de 2011

Solo


A veces, el mejor remedio
contra la soledad
es la soledad.


lunes, 11 de octubre de 2010

Dulce distracción


Quién fuera sol en un cielo sin nubes para verte siempre
y siempre sabiendo que se es de tu alegría buena causa.

Benito, Siempre (inédito)


Sí, pongo arriba lo que abajo debía estar,
o cojo lo uno cuando me pedían lo otro.
Y nada, me dices tan humilde, querrías que me distrajera.
Pero, si es tu sola existencia mi distracción,
¿cómo vas a alejarme de ella?
¿Cómo, si de mi mente no me separo
y de mi mente sacarte no puedes?


martes, 29 de junio de 2010

Contra los antinaturales, por ejemplo*


8

¿Cuál puede ser nuestra única doctrina? Que al ser humano nadie le da sus propiedades, ni Dios, ni la sociedad, ni sus padres y antepasados, ni él mismo (el sinsentido de esta noción que aquí acabamos de rechazar ha sido enseñado como «libertad inteligible» por Kant, acaso ya también por Platón). Nadie es responsable de existir, de estar hecho de este o de aquel modo, de encontrarse en estas circunstancias, en este ambiente. La fatalidad de su ser no puede ser desligada de la fatalidad de todo lo que fue y será. Él no es la consecuencia de una intención propia, de una voluntad, de una finalidad, con él no se hace el ensayo de alcanzar un «ideal de hombre» o un «ideal de felicidad» o un «ideal de moralidad» —es absurdo querer echar a rodar su ser hacia una finalidad cualquiera—. Nosotros hemos inventado el concepto «finalidad»: en la realidad falta la finalidad… Se es necesario, se es un fragmento de fatalidad, se forma parte del todo, se es en el todo —no hay nada que pueda juzgar, medir, comparar, condenar nuestro ser, pues esto significaría juzgar, medir, comparar, condenar el todo—.¡Pero no hay nada fuera del todo!

Que no se haga ya responsable a nadie, que no sea lícito atribuir el modo de ser a una causa prima, que el mundo no sea una unidad ni como sensorium ni como «espíritu»; sólo esto es la gran liberación, sólo con esto queda restablecida otra vez la inocencia del devenir… El concepto “Dios” ha sido hasta ahora la gran objeción contra la existencia… Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios: sólo así redimimos al mundo.

Friedrich Nietzsche, «Los cuatro grandes errores»,
en Crepúsculo de los ídolos

En particular: la naturaleza —mejor no se ha podido decir— no impone «finalidades» a sus creaciones; tal concepto ha sido introducido por el ser humano, pues aquélla no hace otra cosa que impeler a los organismos a satisfacer sus apetencias; y es sólo de esto, entonces, de lo que derivan ciertos efectos, a los que algunos se apresuran a otorgar el título de «sagrados»: la reproducción, en este caso.

La vida es dolor, hambre, sed, soledad, libido… Y si uno es fiel a su naturaleza ha de estar atento sin reticencias a los dictados de ésta, a sus órdenes; la existencia pura no es, por tanto, sino calmar el dolor, saciar el hambre y la sed, procurarse compañía, satisfacer la libido: dicha existencia, en suma, está basada esencialmente en la búsqueda del placer o del alivio; constriñendo tal búsqueda falseamos aquélla. Esto es lo natural, y sólo la naturaleza —no el ser humano, arbitraria y artificialmente— tiene autoridad para definirlo.

Quien condena determinadas tendencias (cuando no implican perjuicio a otros) aduciendo que éstas no cumplen la supuesta finalidad debida es precisamente quien traiciona a la naturaleza; andan descaminados, porque ésta no sigue plan alguno, su fuerza radica en el instinto; no pretende alcanzar fines, es la causa.

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* Artículo recuperado del blog Divagando.