viernes, 31 de julio de 2009

Dilema

Escribiendo pierdo un tiempo precioso que debería estar utilizando para leer; escribiendo pongo en evidencia mi mediocridad...

A estas reflexiones me está empujando la lectura de El lobo estepario, de Hermann Hesse. Ahora entiendo la idea tan manida de que leer es bueno: puede evitar mucho sufrimiento a la humanidad (aunque en mi caso quizá no lo consiga: no leo tanto).

domingo, 19 de julio de 2009

Los puntos sobre las íes

Muy buenos días, señoras y señores. Antes de empezar, me gustaría hacerles notar la presencia en esta conferencia de dos eminencias literarias, y manifestar mi admiración hacia ellas, pues una de las cosas más inusuales en este mundo es ver que seres humanos de tamaña erudición reconocen no saberlo todo. En fin, tengo el gusto de comunicarles que se encuentran entre nosotros Juan Manuel de Prada y Arturo Pérez-Reverte... A ver, a ver, señores, no se levanten, por favor; no empañen su gesto de humildad con tan ordinaria demostración de petulancia, coño; aquí no son sino uno más del montón.

Está bien, no importa. Es más, hoy, «casualmente», tenía previsto bajarle un poco los humos al señor De Prada. A eso ha venido, ¿no? Comencemos, pues. Dejando aparte la enorme pedantería de que hace gala normalmente, intentando utilizar siempre las palabras más rebuscadas (¿por qué veleidad, caballero, cuando puede recurrir a capricho?; ¿por qué abrojos, si existe penalidades, por ejemplo?...), debo apercibirle acerca de un error ortográfico que usted suele cometer —sin saberlo, me imagino—: no es correcto tildar los verbos con pronombres enclíticos (-se, -te, -le, etc.) si ello contraviene las normas generales de acentuación. Quizá en tiempos pretéritos (no uso pasados para que se sienta usted más cómodo) se hiciera de tal modo (no dispongo del dato, y, de todas formas, esto no es una conferencia de historia), pero en la actualidad —demos gracias por ello a quien las merezca— se rigen escrupulosamente por las reglas de acentuación. Veamos unos ejemplos (el asterisco situado delante de una palabra significa que es incorrecta):

*Perdióse mientras caminaba por aquellos parajes.
Perdiose (palabra llana terminada en vocal) mientras caminaba por aquellos parajes.

*Déle algo, a ver si se calla de una vez.
Dele (ídem de lo anterior) algo, a ver si se calla de una vez.

Entremos en las razones que desaconsejan la acentuación que usted aplica en dichos verbos: ¡porque sí, joder!; ¿no ve usted que, por esa regla de tres, habría que dejar sin tilde las palabras agarrenle o mirense (pues agarren y miren no llevan tilde)? Por otra parte, ¡menudo engorro tener que pensar, mientras se escribe, en si una determinada forma verbal lleva o no tilde en su versión «solitaria»!: «Veamos, pensó lleva tilde, así que pensólo también tiene que llevarla...».

Por tanto, téngalo presente, don Juan Manuel, que no vuelva a ver yo un artículo suyo en que figuren esos errores. Por cierto, aprovechando que es usted el centro de mi disertación de hoy, también quería sacar a colación cierta afirmación que le oí a usted realizar no hace mucho, en relación con la excesiva laxitud que está mostrando últimamente la RAE en la admisión de ciertos vocablos. No puedo estar más de acuerdo. ¿Qué delito habremos cometido los que un poco de esto sabemos para tener que aceptar palabras como bedela o fiscala?; o ¿por qué se nos castiga al transigir la academia con determinadas acepciones de algunas palabras, a todas luces aberrantes? Y es que opino que una lengua no debería regirse por una democracia, sino por una aristocracia. Que el uso mayoritario y constante de ciertas palabras o significados conlleve inexorablemente su inclusión en el diccionario de la academia es, en los tiempos que corren, una perspectiva aterradora. Qué será lo siguiente, ¿xq como sinónimo de porque? En fin, siempre nos quedarán las ediciones «cuerdas» del DRAE, aquéllas de cuando la estulticia todavía no lo había contaminado.

Pues esto es todo por hoy, señores (otro día hablaremos del despropósito ese del desdoblamiento de género en las palabras, uno de los pocos asuntos respecto a los cuales la RAE aguanta los embates de la idiocia general). El próximo día me ensañaré con usted, don Arturo (¿qué es eso de poner de cursiva los textos entrecomillados, por Dios?).

domingo, 5 de julio de 2009

Removido y agitado (epílogo)

Atención: a quien, en su locura, esté pensando leer esto sin haber empezado por donde ello ha de hacerse, le remito al lugar adonde con prioridad debe dirigirse, esto es, al principio: «Removido y agitado (I)».

Miguel estaba en su casa ese día en que decidió llamar a Paula para invitarla (sí, ese otro día en que se quedó esperándola hasta que las lágrimas comenzaron a brotar a chorros de sus ojos y lo sumergieron en un océano sin salir de su casa).

Era aficionado a la historia (no recuerdo si lo puse con mayúscula inicial, pero se entiende lo que quiero decir, ¿no?) —como recordarán los fieles lectores de esta emocionantísima narración—. Pues bien (agárrense los machos porque vienen curvas), este patético ser se había hecho con una enciclopedia sobre la Segunda Guerra Mundial, la cual aún no había pagado; es decir, se la dejaron hojear y ojear antes de tomar la definitiva decisión de pagarla, pues, siendo así, pasaría a la irreversible condición de propietario (que hay que explicarlo todo). Con dicha enciclopedia regalaban una detallada maqueta de una de las batallas en que Hitler tuvo presencia (alguna tuvo que haber, seguro; documentarse es de perdedores). La había montado ya, lo cual llevaba implícita la decisión de quedarse con la consabida enciclopedia. No obstante, él abrió el primer volumen y empezó a leerlo: «En contra de lo que comúnmente siempre se ha dicho, Alemania no fue la que inició la Segunda Guerra Mundial [...]». ¡Pum! —cerró violentamente el libro—. ¿Que no empezó la guerra? Llamó acto seguido a la editorial, no quería en su casa un repugnante panfleto pronazi. Le dijeron que, si había montado la maqueta y sus figuras se encontraban sin su envoltorio correspondiente, era imposible la devolución del importe que aún no había desembolsado; podía hacer lo que quisiera con ella: regalarla, quemarla, hacerle vudú... Pero, para bien o para mal, era suya.

Estaba realmente cabreado, así que, en cuanto hubo colgado el teléfono —acto al cual acompañó un sonoro crac (o plac, o trac; lo que más rabia os dé)—, cogió la figurita de Hitler (un prodigio artesanal, no me cansaré de recalcarlo, si bien la extensión de este texto no dará ocasión a mucho cansancio) y la ensartó en el palo de la bandera alemana (que de seguro, tengo fe ciega en ello, habría una en la batalla de marras). Yo no estaba allí, pero aseguran que se la metió por el culo.

Saciada el hambre de venganza, pletórico, decidió hacer otra llamada: La Llamada (ésa que nunca olvidará quien la recibió y ya no comparte mundo con él). Un instante después de oír la voz de su interlocutora por el auricular, la saludó con un optimismo en la voz que hacía mucho tiempo que no mostraba, la saludó con unas palabras —recordad— que hacían sentir culpable a Paula (espero que se comprenda el porqué) y que, hasta su muerte, repicarán en su cabeza con insistencia pertinaz («que nunca olvidará» dicho con lirismo, vamos):

—Te quiero, Paula...

Pues eso, que fin.

sábado, 4 de julio de 2009

De agradable compañía

[El fragmento que aquí figuraba ha sido suprimido porque en él no se traslucía sino la imbecilidad de su autor; salvo alguna que otra tontería pueril cuya comicidad él no alcanzaba a encontrar, la noche transcurrió de forma bastante amena y, por tanto, dicho cascarrabias autor debe fustigarse y agradecer a las personas con las que ayer compartió velada que lo obsequiaran con la gracia de su compañía. A ellas va dedicada la canción.]




P. D.: Sí, esto va en caída libre. Por otra parte, he escrito esta basura mientras escuchaba la antedicha música; nunca se me ha dado bien hacer nada mientras escucho música (ya no me importan ni las redundancias). El acabose.