El destino ha querido que, a falta de escasas páginas para terminar la novela Niebla, de Miguel de Unamuno, emprendiera yo simultáneamente (cosa extraña en mí, porque suelo leer a trompicones y no es cuestión de hacer eso con varios libros a la vez —¡qué caos se produciría en mi cabeza!—)... Como iba diciendo, el destino ha querido que, a falta de escasas páginas para terminar la novela Niebla, de Miguel de Unamuno, emprendiera yo simultáneamente la lectura de un compendio de cuentos de Edgar Alan Poe titulado Cuentos (tiene su lógica, sin duda). Puesto que he comprobado millones de veces que mi cerebro se empeña en que yo escriba de la forma más enrevesada posible —sin darme la menor facilidad para ello, además, el cabrón—, dejaré hoy aquí mi superfluo y precipitado análisis de ambas obras enfrentándolas en un combate deprimentemente metafórico. Precipitado porque, entre otras cosas, no he terminado de leer ni una obra ni la otra; superfluo porque la imagen que a continuación utilizaré como representación del juicio comparativo ahonda tanto en las razones en que me baso como acaso haga el reseñador de películas de la Pronto. Por último, me gustaría decir que sí, que me conozco muy bien ese dicho de «Las comparaciones son odiosas», mas pienso que éstas, en su caso, podrían resultar odiosas para quien sea objeto de ellas; porque a mí, sincera y soez y francamente, tíranme del pijo (pues no escribí ni escribiré nunca algo parecido a los mencionados Cuentos; ¡ah!, y tampoco Niebla). Me dispondré ipso facto, en consecuencia, a recoger firmas a fin de que sea cambiado el referido dicho y tras lo cual rece: «Las comparaciones son odiosas para quien lo son, no nos engañemos». En fin, sin más dilación —que bastante se ha producido ya, lo que bien poco, por no decir nada, redunda en la amenidad de este mi blog, máxime si tal dilación no responde a causa justificada alguna—, he aquí mi... lo que sea:
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Hace 1 día