lunes, 11 de octubre de 2010

Dulce distracción


Quién fuera sol en un cielo sin nubes para verte siempre
y siempre sabiendo que se es de tu alegría buena causa.

Benito, Siempre (inédito)


Sí, pongo arriba lo que abajo debía estar,
o cojo lo uno cuando me pedían lo otro.
Y nada, me dices tan humilde, querrías que me distrajera.
Pero, si es tu sola existencia mi distracción,
¿cómo vas a alejarme de ella?
¿Cómo, si de mi mente no me separo
y de mi mente sacarte no puedes?


martes, 29 de junio de 2010

Contra los antinaturales, por ejemplo*


8

¿Cuál puede ser nuestra única doctrina? Que al ser humano nadie le da sus propiedades, ni Dios, ni la sociedad, ni sus padres y antepasados, ni él mismo (el sinsentido de esta noción que aquí acabamos de rechazar ha sido enseñado como «libertad inteligible» por Kant, acaso ya también por Platón). Nadie es responsable de existir, de estar hecho de este o de aquel modo, de encontrarse en estas circunstancias, en este ambiente. La fatalidad de su ser no puede ser desligada de la fatalidad de todo lo que fue y será. Él no es la consecuencia de una intención propia, de una voluntad, de una finalidad, con él no se hace el ensayo de alcanzar un «ideal de hombre» o un «ideal de felicidad» o un «ideal de moralidad» —es absurdo querer echar a rodar su ser hacia una finalidad cualquiera—. Nosotros hemos inventado el concepto «finalidad»: en la realidad falta la finalidad… Se es necesario, se es un fragmento de fatalidad, se forma parte del todo, se es en el todo —no hay nada que pueda juzgar, medir, comparar, condenar nuestro ser, pues esto significaría juzgar, medir, comparar, condenar el todo—.¡Pero no hay nada fuera del todo!

Que no se haga ya responsable a nadie, que no sea lícito atribuir el modo de ser a una causa prima, que el mundo no sea una unidad ni como sensorium ni como «espíritu»; sólo esto es la gran liberación, sólo con esto queda restablecida otra vez la inocencia del devenir… El concepto “Dios” ha sido hasta ahora la gran objeción contra la existencia… Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios: sólo así redimimos al mundo.

Friedrich Nietzsche, «Los cuatro grandes errores»,
en Crepúsculo de los ídolos

En particular: la naturaleza —mejor no se ha podido decir— no impone «finalidades» a sus creaciones; tal concepto ha sido introducido por el ser humano, pues aquélla no hace otra cosa que impeler a los organismos a satisfacer sus apetencias; y es sólo de esto, entonces, de lo que derivan ciertos efectos, a los que algunos se apresuran a otorgar el título de «sagrados»: la reproducción, en este caso.

La vida es dolor, hambre, sed, soledad, libido… Y si uno es fiel a su naturaleza ha de estar atento sin reticencias a los dictados de ésta, a sus órdenes; la existencia pura no es, por tanto, sino calmar el dolor, saciar el hambre y la sed, procurarse compañía, satisfacer la libido: dicha existencia, en suma, está basada esencialmente en la búsqueda del placer o del alivio; constriñendo tal búsqueda falseamos aquélla. Esto es lo natural, y sólo la naturaleza —no el ser humano, arbitraria y artificialmente— tiene autoridad para definirlo.

Quien condena determinadas tendencias (cuando no implican perjuicio a otros) aduciendo que éstas no cumplen la supuesta finalidad debida es precisamente quien traiciona a la naturaleza; andan descaminados, porque ésta no sigue plan alguno, su fuerza radica en el instinto; no pretende alcanzar fines, es la causa.

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* Artículo recuperado del blog Divagando.

viernes, 18 de junio de 2010

A José Saramago (a la nada)


José Saramago en playa Quemada,
entre Yaiza y Tías, en Lanzarote (Canarias)

Cuando me muera entraré en la nada y me disolveré en ella;
confío en que no haya ninguna sorpresa más.

José Saramago

Tal vez replicaría él, si oír o leer pudiera a cuantos proferirán o escribirán las palabras «Descanse en paz», que sólo a su viejo cuerpo atañen éstas; su espíritu, su alma, la electricidad que lo impulsaba, o comoquiera llamar cada uno a eso que de todos más nos diferencia, ni descansará ni de descansar dejará, porque su inteligencia, su agudeza, su imaginación, su lucidez, su pasión, su brillantez, su sensibilidad, su excelso excelso talento hoy y para siempre en él, y en nada que él no dejara grabado o escrito, han dejado de existir.

Mas aseguro, a quien le importe un carajo esto –porque, como digo, él ni descansa ni padece ni disfruta y todo le es indiferente ya–, que seguirán existiendo en mí.

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Foto de Pedro Walter, en El País.

martes, 15 de junio de 2010

Fue bonito soñar despierto mientras despierto soñando estuvo


Porque el sueño, acaso el más nítido y lúcido que jamás tendrá, terminó. Lo atestigua algo que nadie podría ver, pues, siendo agua, entre el agua que hacia abajo corre se confunde y mimetiza. De ello sólo él es consciente, se lo revela su lengua: bien sabe que no es salado el líquido que de la ducha brota.

Actualización: En mal recuerdo se ha convertido la causa de tal salobridad. Pues el sueño ha vuelto con más fuerza de la que nunca tuvo. Más aún de la necesaria para que quizá por siempre dure. Quizá.

domingo, 2 de mayo de 2010

Bienvenidas, Selah, Anforaetrusca y Saritah


Como es costumbre de un tiempo a esta parte, quiero expresaros con esta entrada mi más sinceramente caluroso recibimiento (para Saritah, cuyo seguimiento acabo de descubrir, y para el resto de personas —Selah y Anforaetrusca— a quienes aún no se lo había dado). Os doy la bienvenida a todas (inclinando ligeramente la cabeza en reverencia), rogándoos por otra parte que tengáis paciencia, pues anda mi cabeza últimamente hecha un páramo en lo que se refiere a ideas que merezcan la pena ser plasmadas en artículo e impulso creador y ánimo escritor.

jueves, 18 de marzo de 2010

Puta guerra




¡Puta guerra!...

Sargento Frank Perconte

Ha tenido que llegar el capítulo 9 de un total de 10 —cesar la acción, precisamente— para que Hermanos de sangre me despierte emociones profundas y perdurables. Y es que a estas alturas el coraje o la certeza no me parecen tan dignos de atención y de reflexión como la duda, el miedo o la desolación. Celebro, en fin, haberme decidido a seguir viendo esta serie, que hasta ahora se me antojaba hecha poco más que de escenas —técnicamente extraordinarias, eso sí— similares a las que aparecen intercaladas en el desarrollo de un videojuego bélico, lamentando mientras las veía que sólo pudiera limitarme a mirar lo que tantas veces he visto: eso que, al fin y al cabo, apenas varía de unas contiendas a otras.

Con el capítulo 9 se abre de par en par la caja de las reflexiones y, con éstas, llegan algunas conclusiones: que los soldados de uno y otro bando no son sino las fichas —todas de carne, sangre y hueso, todas con sus dudas y sus miedos— de un puerco juego infame y abyecto; que en un combate se te podrán poner de corbata, pero lo verdaderamente aterrador llega cuando se tiene que comunicar a una familia —no digamos si es a varias— la triste suerte que ha corrido su hijo...

Pueden verse en este capítulo otras imágenes (las que responden, en suma, a la pregunta formulada en su título: «Por qué luchamos») que, a diferencia de lo ya mencionado, no por verlas un millón de veces dejarán de ponerme el alma en un puño hasta hacerme llorar a causa de la indecible ruindad de que son muestra: aquélla de la que el ser humano, sólo él, es capaz.


sábado, 13 de febrero de 2010

Paz


Sólo comparable a escuchar buena música en el coche es ir conduciendo en completo silencio. Desfilando los coches por los tres carriles, sincronizados como bailarinas acuáticas, parece estar uno inmerso en una escena reproducida a cámara lenta. Pocos son los sonidos que en ese momento, atravesando a duras penas la carrocería, hienden el aire que llena el interior; pueden oírse, vagamente, el monótono deslizarse de los neumáticos sobre el asfalto y el zumbido del motor de los coches, interrumpidos acaso por el esporádico tarareo de alguna canción recordada o inventada, si bien de ella más que ondas sonoras son vibraciones lo percibido: se diría que, antes que en la garganta, nace la tonada del mismo pecho.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Arrullo




Escuchar la música que más me gusta es como escuchar una irresistible conversación. Escucharla me conforta como conforta a un bebé la voz de su madre, apenas un sordo rumor allá en el interior del vientre.

Provee esa música de energía a unos pulmones que quizá sin ella se detendrían para siempre; proporciona fuerza, asimismo, a un corazón que debe resistir la presión que en ocasiones, cerrándose sobre él, parece ejercer una enorme mano invisible.



martes, 26 de enero de 2010

Compañeras


Sin ver nada lo ves todo, y empiezan a escocer.

Las invisibles imágenes las hacen crecer, crecen y crecen hasta que ya apenas caben, hasta que, por más que aprietes, terminan saliendo.

Se alejan, y se pierden. Pero acabarán volviendo, nunca escasea su alimento.

sábado, 16 de enero de 2010

Humildad no carente de orgullo


Ayer se me dio a conocer el listado de los 100 finalistas del I Certamen del Microrrelato de Terror ArtGerust: Homenaje a Edgar Allan Poe y, francamente, me sentí contrariado al ver que mi seudónimo no figuraba en ella (puede inferirse sin dificultad que tampoco rezaba como firma del microrrelato ganador). Sin embargo, tras mucho meditar —cosa que, como se verá, debí hacer meses atrás—, he llegado a la conclusión de que el jurado de dicho certamen no se ha equivocado en lo que a mi caso particular respecta. El componente sobrenatural, esa caracterísitca que siempre se halla presente en cualquier historia de Poe —que prácticamente es una de sus señas de identidad, nada menos—, apenas si puede imaginarse en La ventana; en Insaciable, ni eso. Ambas historias, en definitiva, son inoportunamente plausibles, demasiado verosímiles. Ahora lo veo.

No obstante, que carezcan de tal requisito no quita para que considere buenos ambos textos —cuyo estilo no creo desacertado calificar de pulcro y elegante—, así como las historias que en ellos he narrado —a las que juzgo capaces, cuando menos, de sembrar inquietud en quien las lee—. En suma, me queda cierta confianza en que tanto uno como otro podrían haber resultado dignos ganadores, o al menos finalistas, del I Certamen del Microrrelato de Terror ArtGerust.

Insaciable


Quiso la Mala Fortuna que un aguacero nos sorprendiera mientras escalábamos aquella escarpada montaña. Fue otro su deseo que la terrible lluvia hiciera precipitarse a mi compañero y, aprovechando la cuerda que nos unía, me arrastrara consigo. Con todo, no se sintió algo complacida sino hasta verlo a él muerto y destrozada mi espalda —cuando quedó móvil, en fin, solamente mi cabeza—, pese a que nos detuviera prontamente una repisa.

Nos avistaron, sí, unos guardabosques horas después, justo a tiempo de evitar que acabaran conmigo unos malditos cuervos. Mas por ello especialmente La maldigo cada noche, pues no pasa una desde entonces sin que aquellos lúgubres pájaros se me aparezcan en sueños, sobrevolando mi cuerpo; sin que oiga, más cercanos conforme se acostumbran a mis gritos y mis sollozos, sus estridentes graznidos y los movimientos de sus patas en la tierra; ninguna, os aseguro, sin que sienta sus violentos picotazos en los ojos que ya no tengo.

(Segundo y último microrrelato con que he participado en el I Certamen del Microrrelato de Terror ArtGerust: Homenaje a Edgar Allan Poe.)

La ventana


«¡Demonios!, lo que se oye no son sino los lejanos ladridos de siempre, que entran por la ventana», se lamentó sobre su lecho, completamente desvelado. Y asimismo se reprendió, pues, por más que estuviera en la casa solo, había vuelto a confundir aquel sonido —tan semejantes se le antojaban ambos timbres y cadencias— con unos jadeos humanos.

Absorto en estos pensamientos, percibió entre la profunda negrura de la habitación dos destellos idénticos que al poco desaparecieron. Pasaron varios minutos, y, viendo que todo seguía en tinieblas y que sólo oía ya, intensos, sus propios latidos, contuvo la respiración y encendió una lámpara próxima: aliviado, pudo advertir que en la pared de enfrente, donde pendían varias insignias, había dos juntas, muy parecidas. «Habrán reflejado alguna luz proveniente de fuera», concluyó.

Comoquiera que la tensión le había despertado el apetito, decidió levantarse de la cama para saciarlo. Abandonó pues la estancia, dejando atrás la ventana. Ignorante de que estaba cerrada.

(Primero de los dos microrrelatos con que he participado en el I Certamen del Microrrelato de Terror ArtGerust: Homenaje a Edgar Allan Poe.)

lunes, 11 de enero de 2010

Indignación de corrector


Para los insignes miembros de la RAE, 80 cumpleaños puede equivaler, «en la lengua corriente», a 80.º cumpleaños; esto es, tanto da decir —si uno es o quiere hacerse pasar por alguien de andar por casa— ochenta cumpleaños que octogésimo cumpleaños (Diccionario panhispánico de dudas [DPD], «Cardinales», § 8). En resumidas cuentas, diciendo o escribiendo esto último uno se arriesga a que lo tachen de altivo pedante asqueroso. Y a mí que se me antoja que ésta es la ene (escrita enésima en lengua corriente) aldaba que se tragan los académicos, fíjate.

Pues bien, en la «Nota al texto» de la edición conmemorativa de Cien años de soledad, apadrinada y se supone bien «apañada» por sus majestades los académicos, quienquiera que sea su autor (pues en ningún lugar figura su nombre) debe de considerar que resultaría de la más altiva pedantería emplear el sintagma octogésimo cumpleaños, y ha preferido recurrir al de ochenta cumpleaños. Un error menor (error, porque, si ellos no emplean la lengua de la forma más correcta posible, ¿quién lo hará?), pues en las escasas páginas del afamado libro que llevo leídas ya he encontrado unos cuantos más que ponen de manifiesto asombrosas contradicciones de los académicos con algunas de las normas establecidas en su Diccionario panhispánico de dudas. Permiten, por ejemplo, leísmos que en el DPD tibiamente desaconsejan (les para el masculino plural de persona), y alguno incluso de los que censuran (uso de le o les cuando van referidos a animales o cosas); no hallan problema, al parecer, en que se escriba —como regla, por cierto, más que como excepción— «coma delante de la conjunción que cuando ésta tiene sentido consecutivo y va precedida, inmediatamente o no, de tan(to) o tal» (DPD, «Coma», § 3.2), o en que figure asimismo separando muy a menudo el sujeto del verbo, por más que en ambos casos la proscriban tajantemente; consienten que quede escrito hacia adelante, sintagma que en el DPD se dice es preferible sustituir por hacia delante... En resumidas cuentas, parece que quien ha escrito dicha «Nota al texto» se hubiera encargado asimismo de confeccionar el Diccionario de la lengua española, porque muchas de estas contravenciones se dan también en dicho libro.

Transigen también en una mala utilización de la coma en otros muchos casos —plagado está el libro de ellos—, como por ejemplo ocurre en la siguiente frase: «Quería decir que cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia, empezaba a borrarse de su memoria [...]». Ahí, que enlazaría en realidad con empezaba, pues dicho que introduce una frase que comienza por una subordinada (cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia, cuya principal es empezaba a borrarse de su memoria), cuando lo natural es que esté al final, pero dejar sólo una coma no hace más que introducir una pausa innecesaria que interrumpe el orden lógico del discurso. Digamos que dicha frase está compuesta de tres partes:

Quería decir que + cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia + empezaba a borrarse de su memoria,

y las dos últimas son intercambiables:

Quería decir que + empezaba a borrarse de su memoria + cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia.

La función de las dos comas es semejante a la de unos paréntesis que aislaran (si bien mucho más levemente que éstos) la subordinada del resto; indican que se ha anticipado una parte del enunciado que por lo general, sin necesidad alguna de comas, va después (DPD, «Coma», § 1.2.10). (De hecho, si se lee la frase de viva voz, se puede comprobar que en las comas se produce un cambio de entonación.) Dejar una única coma, por tanto, es algo así como utilizar sólo medio paréntesis:

Quería decir que cuando el enfermo se acostumbraba a su estado de vigilia) empezaba a borrarse de su memoria.

Pero ¿a quién le importa?

domingo, 10 de enero de 2010

Cuando fuimos afrodisiacos


«Esto es tan repugnante, no más que un tótum revolútum de pelos, fluidos viscosos y respiraciones y carne que tremulan.»

—P., ¿estás bien? Pareces como ausente...

—Sí, sí, quiero decir... no, no te preocupes. ¿Te gusta?

—Hombre, algo más de pasión lo mejoraría bastante, si te soy sincera.

«En menudo berenjenal me he metido. Bueno, todo sea por el niño. En cuanto la deje embarazada y pasen nueve meses, ¡voilà!, un precioso y enternecedor muñequito estará en este mundo, conmigo; un pequeño ser con el que no me aburriré de jugar y al que no me cansaré de mirar, oír ni acariciar. Además, si en el trabajo me sigue yendo tan bien como hasta ahora, podría tener más...»

—Oh, esto está un poco mejor. Mmm...

«Y, conforme vayan creciendo, compartiré con ellos lo que sé y lo que me inquieta. Les hablaré de los temas que me gustan, de lo que me apasiona...; los cultivaré, sí, en cierto modo, para procurarme la compañía que deseo. Así, cuando hayan alcanzado cierta edad, podré debatir con ellos, confesarles mis preocupaciones, y, por qué no, abstraerme de la enojosa vida que sin ellos me esperaría... Se convertirán en iguales que no me abandonarán nunca..., en amigos.»

—¡Vaya! Has empezado algo frío, cielo, pero ha merecido la pena esperar. ¡Uf!

«Eso es: juguetes y amigos, juguetes y amigos, ¡juguetes y...»

—... amigos! ¡Síii!

—¡Oohh! No hace falta que hables, cariño, sólo muévete, así, así... ¡Oohh!

—¡Mmpf! ¡Uff!

—¡Hay que ver!, ¡al final te has portado, cielo! Me ha encantado, y ¿a ti?

—Sí, claro... Perdona, voy a darme una ducha.

jueves, 7 de enero de 2010

Deseable


Volvíamos de jugar con el balón cuando, apenas empezamos a andar hacia casa, dos chicos se acercaron y nos dijeron que les gustaba el balón. Entonces uno de ellos, sin más ni más, se lo arrebató a J. y empezó a jugar con él. J., enfadado, intentó recuperarlo, pero el chico era muy alto y mucho mayor que él, y manejaba bien la pelota. Cuando hubo pasado un rato, que los dos chicos mayores aprovecharon para jugar entre ellos y hacer enfurecer a J., uno de ellos chutó de tal modo que dio a J. en plena cara, quien comenzó a llorar. Yo, que hasta ese momento había estado con la mirada apenas desviada del suelo, musitando a J. que los dejara, que al final se cansarían, insulté al chico que había golpeado a J. y me dirigí hacia él para intentar quitarle la pelota. Sin embargo, aunque era yo algo mayor que J., no sabía manejar el balón mucho mejor, y los chicos siguieron a lo suyo como si nada hasta que decidieron que con mi cabeza también querían divertirse. Así estuvieron los dos durante una media hora, hasta que se hartaron, supongo, de oírnos llorar y gimotear, y se fueron. Mientras se alejaban, recuperé el balón y seguimos nuestro camino, con los ojos llorosos y el cuerpo dolorido por los balonazos.

Al llegar a casa, mamá abrió mucho los ojos y nos preguntó qué había pasado, conque se lo contamos. Nos acarició el pelo y nos abrazó y, después de escuchar la historia, nos dijo que los padres de esos chicos se las tendrían que ver con ella. Llegó papá un rato después, para comer todos juntos antes de volver al trabajo, y mamá le contó lo que nos había pasado. Después de todo, nos dejaron comer tarta de chocolate de postre, y eso que no era domingo. De todas formas, habría preferido tener que esperar.

Cuando terminamos de comer, papá y mamá se sentaron juntos en el sofá, mientras J. y yo jugábamos con unos coches sobre la alfombra. Papá no dejaba de dar arrumacos y besos a mamá, lo que a mí me pone algo celoso. Mamá es muy guapa y esbelta, se parece a las chicas que salen en los anuncios; parece que el sol brillara más cuando sus rayos la tocan. Pero lo que más me gusta de ella es que siempre me anima cuando estoy triste, y me tranquiliza si lloro porque me he caído y me he hecho sangre en una rodilla o algo así. Como hizo cuando lo de los dos chicos mayores.

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Hace varios días fue mi cumpleaños, y mamá organizó una fiesta magnífica a la que invité a todos mis amigos. Casi se quedó pequeña nuestra casa; éramos un montón. Además, papá estuvo también, y eso que era jueves y esos días, a esa hora, suele estar en el trabajo. Mamá dijo que papá no quería perderse mi fiesta por nada del mundo y por eso había pedido permiso para no ir a trabajar. ¡Qué bien que no faltara nadie! J., papá, mamá y todos mis amigos me hicieron un regalo, así que tardé muchísimo en abrirlos todos. Nos divertimos un montón, y acabamos como toneles, con la barriga rebosante de tarta. Cuando todos se hubieron marchado casi me dolían los lados de la cabeza de tanto que me había reído.

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Ayer se fueron al cine papá y mamá; casi todos los fines de semana van a ver una película, o a cenar. Otras veces nos dejan con mis abuelos, que nos dan la cena y nos acuestan, después de leernos un cuento, pero ayer nos dejaron solos y me dejaron a cargo de J., porque dicen que ya soy bastante mayor y tengo que empezar a ser responsable. El día anterior les pregunté si M. podía quedarse a dormir en casa, en mi habitación, porque saben que J. se duerme muy temprano y yo me quedo solo y me aburre lo que ponen a esas horas en la televisión. Escuché a mamá hablar por teléfono con los padres de M.; se enrolló mucho con cosas de ésas de mayores, pero, después de pedirle por favor, no sé cuántas veces, que le preguntara lo que le había dicho, solté un grito y empecé a dar saltos: M. se quedaba a dormir.

Resultó muy divertida la noche, pues nos llevamos muy bien los tres. M. y yo hicimos de papás de J., y, cuando ya estaba dando cabezadas sentado en el sofá, lo acompañamos los dos hacia su habitación, y lo arropamos. Finalmente no aguantamos despiertos mucho más tiempo que J., y, después de jugar un rato con algunos juguetes del cumpleaños, delante del televisor que apenas mirábamos, nos fuimos a dormir. Le preparé a M. su cama sacando un gran cajón que hay bajo la mía, que contiene otro colchón. Nos acostamos y, después de hablar un rato, apagamos la luz. Yo, entonces, le dije que tenía mucho frío y si podía pegarme un poco a ella. Accedió, soltando una risita, y en la oscuridad bajé hasta su colchón. Me introduje bajo las sábanas, pero sin atreverme a tocarla, al principio. Pasado un momento, temblando, me fui acercando, y me puse de lado muy cerca de ella. Oía su respiración, que rebotaba en la pared, pues estaba de espaldas a mí. La abracé, cada vez más fuerte, y oliendo su pelo, sin dejar de sonreír como un tonto, me dormí.

domingo, 3 de enero de 2010

Papel muy mal aprovechado/Más hiel sobre lo mismo




Todo lo que a continuación «pego», y mucho más, en Facebook:

«A esta publicación le sobran páginas, le sobra información sobre culturas foráneas (porque en este país hay mucho de lo que hablar) y le sobra tratar sobre asuntos que no le importan a nadie (en uno de los números se hablaba extensamente —hasta la náusea—, por ejemplo, ¡del aniversario de la letra Helvética!). Y le sobra, a espuertas, falso espíritu subversivo y “tolerantismo” de juguete, que, por cierto, se derrumba en cuanto irrumpe la apología del consumismo salvaje que sin excesivo rebozo se realiza en la sección “Estilos de vida”.

»Yo, con todo, suelo detenerme en los artículos de Javier Marías,* y en ocasiones leo también enteros los de Maruja Torres y Javier Cercas (Ray Loriga se me atraganta, en cambio, debido a su desmedido gusto por la metáfora). Pero en general, sinceramente, el suplemento me sabe a opulenta impostura; me resulta, por más esperanza que pongo siempre en encontrar algo interesante y cercano, tan insulso y efímero como una tibia ráfaga de aire.

»P. D.: No hay más que ver, en fin, el tema estrella al que otorgan la portada de esta semana: seis tías confiesan lo que hacen en cuanto se despiertan, por aquello del amanecer del nuevo año. Apasionante».
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* «El señor Marías [en su artículo “Los exterminadores de toros”] opina que, en este caso, el fin justifica los medios. Yo, por supuesto —si todavía es necesario decirlo—, discrepo totalmente. Nos tacha además —aunque apostillando, y se agradece, que quizá lo seamos de forma no deliberada— de exterminadores de toros. Pues yo me pregunto, yendo al fondo del asunto: tanto esmero en el cuidado de los toros, allá en las dehesas, ¿tiene por fin el bienestar de los animales, o es sólo la preocupación por que el vil espectáculo luzca con el mejor brillo? En suma, ¿se hace en interés de los toros, o en el de los taurinos? Estoy seguro: lo de esta gente no es sino puerco hedonimso disfrazado de ecologismo.

»Por otra parte, introduce en su artículo el factor nacionalista, al hilo de la votación antitaurina de Cataluña, y cree que esto que nos ocupa se utiliza como medio para desvincularse de España, aunque sea simbólicamente. Quizá en relación con ciertos ámbitos sea atinada la observación, pero yo, sin embargo, prácticamente (dejo un resquicio a la duda) soy apátrida. Conque, en lo que a mí y a muchos más concierne, el escritor ha meado fuera de tiesto.

»P. D.: Por cierto, el buen hombre dice haber ido bien poco a ver esta basura y serle indiferente el asunto. Entonces, ¿por qué se mete, joder?»


¿Es esto realmente imprescindible para la supervivencia del toro?