jueves, 18 de marzo de 2010

Puta guerra




¡Puta guerra!...

Sargento Frank Perconte

Ha tenido que llegar el capítulo 9 de un total de 10 —cesar la acción, precisamente— para que Hermanos de sangre me despierte emociones profundas y perdurables. Y es que a estas alturas el coraje o la certeza no me parecen tan dignos de atención y de reflexión como la duda, el miedo o la desolación. Celebro, en fin, haberme decidido a seguir viendo esta serie, que hasta ahora se me antojaba hecha poco más que de escenas —técnicamente extraordinarias, eso sí— similares a las que aparecen intercaladas en el desarrollo de un videojuego bélico, lamentando mientras las veía que sólo pudiera limitarme a mirar lo que tantas veces he visto: eso que, al fin y al cabo, apenas varía de unas contiendas a otras.

Con el capítulo 9 se abre de par en par la caja de las reflexiones y, con éstas, llegan algunas conclusiones: que los soldados de uno y otro bando no son sino las fichas —todas de carne, sangre y hueso, todas con sus dudas y sus miedos— de un puerco juego infame y abyecto; que en un combate se te podrán poner de corbata, pero lo verdaderamente aterrador llega cuando se tiene que comunicar a una familia —no digamos si es a varias— la triste suerte que ha corrido su hijo...

Pueden verse en este capítulo otras imágenes (las que responden, en suma, a la pregunta formulada en su título: «Por qué luchamos») que, a diferencia de lo ya mencionado, no por verlas un millón de veces dejarán de ponerme el alma en un puño hasta hacerme llorar a causa de la indecible ruindad de que son muestra: aquélla de la que el ser humano, sólo él, es capaz.