sábado, 3 de octubre de 2009

Esnobismo (reflexiones anticuadas)

Sí, vivieron durante muchos años sumidos en la carestía o acaso en la misma miseria. Lo tengo en cuenta, pero la incomprensión es más fuerte: ahora, cuando disfrutan de una economía más desahogada, muchos de ellos no ven más allá de la paupérrima apariencia; desdeñando la cultura –¿para qué la quieren si poseen y custodian y atesoran cosas?, parecen pensar–, se contentan con redimirse a medias.

Caminaba y camina uno por los pasillos de los megacentros comerciales y no puede sacar otra conclusión: parecen gorilas vestidos de etiqueta que se conforman con el mero atuendo para integrarse en el atildado entorno (¡qué carajo, si es así!; y nadie les exigirá un carné de «mínimo nivel de inquietud intelectual» como requisito para cerrar una venta, claro). Sin embargo, a poco que uno rasque –escuche, pregunte, observe–, verá que su flequillo no tarda en agitarse a causa de cuanto escapa del interior: aire.

Por la misma época, empezó a ver uno también como las enormes esculturas «modernas» emprendían su progresiva invasión de la ciudad toda, y, en pos de esa visión, a pensar que con tan majestuosa erección no se empeña la clase política sino en parecer adelantada a su tiempo, o cuando menos que lo acompaña sin rezagarse; pero no adivino bajo la carcasa –reitero– más que simpleza y ramplonería. Pues muchos pretenden ir de la pobreza a la abundancia sin detenerse un triste momento –sea en el trayecto, sea cuando ya han llegado– en estrujarse las meninges, en explorar otras mentes y abrir con ello las suyas. «Semos estilosos y modernos, ¿o es que no lo ves? Mira, si no te lo crees, la gente pasar, mira las cosas tan bonitas (bueno, modernas) y tan grandes que pueblan nuestros parques, nuestras plazas... Esto es lo másss.»

Luego, al mirar unas ruinas antiquísimas recién descubiertas, la única idea que conciben es la de derruirlas y construir cualquier cosa sobre el polvo que de ellas quede; cuando escuchan música –o la oyen, que acaso sea el verbo más adecuado–, no saben ni identificar quién la compuso o el género a que pertenece... En lo poco que hallan placer es en la diversión instantánea y continua, y lo que más les pirra –lo cual dicen sin pudor y con el mayor de los embelesos– es la joya, el coche o la televisión que se acaban de comprar. Etcétera.

Qué pronto he olvidado El lobo estepario.

P. D.: La idea de crear algo similar a este modestísimo artículo surgió en mi mente hace mucho tiempo, pero ha sido «Madrid: una ciudad zombificada», de Darthz, lo que finalmente me ha incitado a escribirlo y publicarlo. Con un par.

2 comentarios:

  1. Eh... es una emoción para mí toparme con esa nota final en tu artículo. Conseguir eso. Me hace sentir orgulloso empujar a alguen a seguir creando belleza sobre la fealdad del mundo. Para eso no-nos pagan, ¿no? Je. Gracias.

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  2. Una forma muy constructiva de verlo, que además podría dar para un gran subtítulo de un 'blog' («Creando belleza sobre la fealdad del mundo»). No obstante, de las desidias que ambos hemos denunciado la que tú tratas creo que es más justamente reprochable (a los del Museo del Jamón yo los habría puesto de vuelta y media); lo mío peca quizá de «cascarrabismo».

    Concluyo, en fin, confesándome un privilegiado –y suficientemente remunerado– por haberte hecho sentir orgulloso. Con lo cual, pongo fin a las mutuas adulaciones :D, hasta otro día.

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