domingo, 14 de junio de 2009

Removido y agitado (VII)

El sábado, la reunión familiar que había organizado Paula en su casa discurrió como la seda hasta que Pablo introdujo, en la conversación que con su hermano estaba manteniendo, el tema del toreo; como gran aficionado que era, hablaba con arrobado entusiasmo y, no soliendo él hablar de nada en voz baja, natural debe juzgarse que menos aún lo hiciera con su dilectísima afición. Concurrieron, en suma, las condiciones propicias para que la reunión hiciera crisis, pues el diálogo inevitablemente hubo de llegar a oídos de Julia, antitaurina militante. De tal suerte que la bomba se unió a la mecha y las palabras no tardaron en prender ésta; todo estalló cuando Pablo, iracundo, se levantó de su silla y, tras arrebatarle a Julia el teléfono móvil, enseñó a los comensales la foto que su contertulia tenía de fondo, la de un precioso gato siamés. El desgraciado no encontró mejor argumento con que rebatir la postura de Julia que el de reprocharle haber dejado morir al gato –«éste al que ahora tributas duelo»– de un «triste» resfriado. «¿No disponías ni de una miserable hora para llevarlo a un veterinario, chica? ¡Qué culpa tendría el pobre animal, que agonizó lentamente hasta asfixiarse! ¡¿Y me hablas tú de tortura?!»

Durante tan acerbo debate, sin embargo, una persona no percibía las estentóreas voces que lo protagonizaban sino como un lejano susurro, ya que hacía tiempo que se hallaba ausente, pese a permanecer su cuerpo sentado sobre una silla. Miguel –que ésa era la persona– ya se temía la contestación que Paula daría a la pregunta que planeaba por su cabeza desde la madrugada del miércoles, si bien creía que la asumiría sin problemas como había hecho tantas veces antes; pero tal respuesta acabó por sumirlo en el lánguido mutismo que ahora ceñía y aislaba su ser y del que apenas saldría desde entonces y hasta el final. Y es que quiso él saber, en fin, el motivo por el cual ella no había acudido a la cita que habían acordado por teléfono. (Estoy seguro de que el lector, sin necesidad de transcribir aquí las palabras de Paula, se figurará por qué Miguel, estando ese día en su casa y con la mesa dispuesta celosamente para dos, hubo de esperar hasta desesperarse.)

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