miércoles, 15 de abril de 2009

Removido y agitado (III)

Se hallaba a escasos metros de la entrada de su lugar de trabajo cuando vio a lo lejos un pequeño bulto, apartado en la esquina del parque colindante. Esto le hizo abandonar su habitual expresión risueña y, del mismo modo, trocar por un silencio expectante la canción que hasta ese momento iba tarareando. Al acercarse comprobó que se trataba de un pequeño perro, que dormía sobre una pequeña parcela de tierra, replegado sobre sí mismo. En cuanto ella se agachó, el animal se puso alerta y se levantó sobre sus cuatro patas, en silencio y tembloroso. Estaba famélico y encogía una de las patas a poco que la posaba en el suelo. Pasados unos segundos, destensó el cuerpo y empezó a gruñir lastimeramente ante la conmovida mirada de Paula:
–Tranquilo, tranquilo… –lo acarició con suma delicadeza–. Conmigo no tienes nada que temer, muchacho. Te voy a llevar a un sitio en el que estarás más caliente, y vamos a hacer algo para que dejes de enseñar esos huesos con tanto descaro; shhh, shhh… –lo cogió y prosiguió su camino con él en brazos.
Subió la amplia escalinata que conducía al edificio de oficinas en que trabajaba y, tras saludar al bedel –en cuya mirada se reflejó primero la sorpresa, luego una sonrisa de complicidad–, recorrió un ancho pasillo. Se colocó delante del primer ordenador de un conjunto de tres, los cuales se alineaban a lo largo del lado izquierdo del final del pasillo, y, con mucho cuidado de no dejar caer al perro, tecleó su clave personal. Hecho esto, se dirigió a una habitación en la que había almacenada gran cantidad de material de oficina y dejó allí a su nuevo amigo:
–¿Ves? Aquí se está mucho mejor. Ya, ya… –estaba gimiendo de nuevo–, no se me ha olvidado lo que te había prometido, hombre. Para empezar, vamos a ponerte un poco de agua –buscó con la mirada entre los objetos que allí había y, posándola en una pequeña pila de bandejas de plástico para documentos, concluyó que por el momento una de aquéllas le serviría para lo que necesitaba–. ¿Te gusta? –al mostrarle la que había escogido, el perro meneó el rabo.
Paula salió de la habitación y, transcurridos cinco minutos, regresó con la bandeja rebosante de agua. La dejó al lado del perro, que no tardó en comenzar a pegar lametones sobre la superficie de la minúscula balsa.
–Ahora, caballero, se tiene usted que hacer a la idea de quedarse un rato solo –lo miró fijamente a sus asustados ojos–. No olvide que el rancio abolengo del cual proviene le obliga a mantener la compostura. ¡Está en juego el honor de su familia! Así que, por favor, no se mee usted en esas cajas de folios –dicho esto, pensó que quizá convendría que el chucho retomara el sueño en el que se hallaba cuando lo encontró. «Sí; no es que dude de mis dotes de persuasión, pero…» Carraspeó, lo cogió entre sus brazos y empezó a mecerlo suavemente mientras cantaba:
–Duérmete niño, duérmete ya, que si no el coco te comerá; duérmete niño, duérmete ya…
Al parecer el sistema funcionaba, de modo que continuó cantando durante algunos minutos más. Una vez que se hubo dormido del todo, lo dejó muy lentamente en el suelo y salió sigilosamente del pequeño almacén. De súbito, recordó que tenía que escribir un correo electrónico; el encuentro con el perro la había absorbido por completo. Se dirigió a su mesa, que, junto con tres más, se hallaba en un gran despacho al cual se accedía a través de una puerta situada en un lado del pasillo. Todavía no había nadie allí, pues sus compañeros solían demorarse bastante saboreando el café de las mañanas. Encendido el ordenador, comenzó a escribir:

Hola, Ramón:

¿Qué tal estás, encanto? ¡Qué comentarios haces en mi 'blog', chico! Te confieso que en cuanto escribes tú, se me olvida todo lo que escriben los demás –alguno incluso me lo ha reprochado–. Me dejas pensando en tus palabras todo el día; tienes tanto dentro… Además, como habrás visto, mis artículos muchas veces salen «contaminados» por lo que dijiste tú al comentar los anteriores, no puedo sustraerme a tu influjo. En fin, creo que deberías escribir tu propio 'blog', en serio; seguro que tendrías mucho éxito. No obstante, es paradójico que los consejos que das y tus frases lapidarias destilen tanta vehemencia, tanta energía contagiosa, y luego, cuando hablas de ti en tus correos, inspires tanta tristeza y desilusión. Mira, en lo que respecta al hecho de que estés en paro, yo considero que es absurdo preocuparse, porque sabes mejor que nadie que tienes un currículo magnífico y seguro que encuentras algo muy pronto. Por otra parte, ¿cuándo mejor que ahora para disfrutar y aprovechar al máximo el tiempo libre, gastando la desorbitada cantidad de dinero –bien merecida, eso sí– con que te indemnizaron los cerdos de tus antiguos jefes? Y no me vengas con el cuento de la enfermedad, que gracias a los retrovirales parece que estuvieras más sano que yo, tío. De todas formas, por si no te hubiese convencido todavía, vamos a ver si esto lo consigue definitivamente: te propongo que quedemos la tarde del próximo miércoles, en el mismo bar de la vez anterior, para sumergir la inhibición en alcohol y levantar ese decaimiento con lo que tú quieras.

Ahí lo dejo, encanto. Hoy prefiero ser breve: voy a ponerme a trabajar antes de dar al jefe la ocasión de reprenderme, que se estresa y luego


–¡Hombre, si está aquí la escribiente con lo suyo! –Paula dio un respingo y se apresuró a cambiar la página web donde estaba redactando el correo.
–¡Hola, cielo! Estaba esbozando el principio de un nuevo artículo para el blog –sonrió nerviosamente y se levantó de la silla para darle un beso. Era uno de los compañeros de trabajo, con quien salía desde hacía varios meses.
–¿Sí? Pues mientras mirabas la pantalla se te notaba en los ojos una pasión como pocas he visto; debe de ser buena la idea con que has dado. Habrá que leerlo, habrá que leerlo… Por cierto, ¿sabes lo que me he encontrado en el almacén? He ido allí para coger unos paquetes de grapas…
–¡Ah, lo has visto! ¿A que es precioso? El pobre está que se cae de flaco, pero aun así es muy guapo. –Consultó la hora en el reloj del ordenador–: ¡Huy, que no llego! Tengo que salir un momento, cariño.
–Mira que se me había pasado por la cabeza, aunque no dejara de repetirme a mí mismo: No puede ser, hombre, si ya tiene suficiente con los tres animales que tenemos en casa (sin contarte a ti)… ¡Oh, ingenuo de mí!
–Perdona, cielo, en diez minutos estoy de vuelta, ¿vale?
–Pero vigila para que no lo vea Juan, porque ése es capaz de expedient… –Paula había abandonado ya el despacho.

Casi al mismo tiempo que cruzaba la puerta del edificio, sonó su teléfono móvil. Se trataba de su ex marido:
–Hola, Miguel… Vaya, qué forma de saludar la tuya, tan particular… Sí, es que voy por la calle, a comprar comida para perros en el supermercado; ya te contaré la historia, ahora tengo algo de prisa… Dime… ¿El miércoles? Venga, sí, aunque tendrá que ser por la noche, esa tarde la tengo algo ocupada… Ah, otra cosa: el sábado querría que nos juntáramos los chicos, tú y yo para comer. Hace tiempo que no planeamos algo así, todos juntos. ¿Podríamos hacerlo en tu casa?… Perfecto. Pues quedamos en eso. Tengo que cortar… ¡Ay, no lo repitas más, por favor!; me haces sentir culpable… No te enfades, anda. Nos vemos el miércoles… Un beso.

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