jueves, 5 de marzo de 2009

Expresionismo literario-filosófico


Dice quien ha realizado la reseña de mi ejemplar de El extranjero que su protagonista, Meursault, es un símbolo del desencanto, el que una generación de europeos, no muy lejana en el tiempo, sentía –y acaso sienten ahora algunos otros– porque se consideraba despojada de gran parte de su libertad individual a causa de un excesivo paternalismo del Estado (corríjame quien, habiendo leído esta u otra reseña, piense que yerro en su interpretación). Me ceñí yo durante su lectura, sin embargo, a los hechos recogidos en el libro para sacar mis propias conclusiones: me encontré, en efecto, con un auténtico pusilánime, un salmón muerto que no hace más que seguir la corriente contra la que, tal vez, una vez nadó; una marioneta, en suma, que impasible se deja manejar por los hilos de la pura inercia. Ninguna justificación, salvo el trastorno mental, impediría en la realidad que tan extrema morigeración del carácter me suscitara una desigual mezcla de lástima y repulsión. Puede deducirse del título de este artículo, no obstante, que he sido indulgente –y realista– y he tomado esta obra como lo que es: un ejercicio de exageración artística. (Sea como fuere, sirva esta humilde reseña para que cada cual extraiga sus propias consclusiones.)

Pues bien, con la referida actitud va Meursault dejando atrás sus días; sobrellevando la vida, que no viviéndola. Le resulta aquélla muy últil, eso sí, cuando sobrevienen los contratiempos y los sinsabores, ya que así anestesiado, por muy duros que estos a cualquiera pudieran parecerle, pasan y son olvidados como el inodoro aire que respira. Por su parte, naturalmente, los momentos de (presumible) felicidad transcurren del mismo modo, silenciosos como el tiempo, insípidos como el agua. Y es que, borrada la línea que separa el dolor de la dicha, ¿qué queda?

Al cabo, llegará la ocasión en que su extrema indolencia, ya abandonado por fuerza el anonimato, sea escrutada por sus semejantes con minuciosidad. Aunque de todos sus actos, entonces, no debería ser analizado –a mi parecer– sino uno solo y determinado, nada podrá hacer el protagonista para evitar que tal examen tenga finalmente por objeto hasta lo más recóndito de su alma.

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