martes, 29 de junio de 2010

Contra los antinaturales, por ejemplo*


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¿Cuál puede ser nuestra única doctrina? Que al ser humano nadie le da sus propiedades, ni Dios, ni la sociedad, ni sus padres y antepasados, ni él mismo (el sinsentido de esta noción que aquí acabamos de rechazar ha sido enseñado como «libertad inteligible» por Kant, acaso ya también por Platón). Nadie es responsable de existir, de estar hecho de este o de aquel modo, de encontrarse en estas circunstancias, en este ambiente. La fatalidad de su ser no puede ser desligada de la fatalidad de todo lo que fue y será. Él no es la consecuencia de una intención propia, de una voluntad, de una finalidad, con él no se hace el ensayo de alcanzar un «ideal de hombre» o un «ideal de felicidad» o un «ideal de moralidad» —es absurdo querer echar a rodar su ser hacia una finalidad cualquiera—. Nosotros hemos inventado el concepto «finalidad»: en la realidad falta la finalidad… Se es necesario, se es un fragmento de fatalidad, se forma parte del todo, se es en el todo —no hay nada que pueda juzgar, medir, comparar, condenar nuestro ser, pues esto significaría juzgar, medir, comparar, condenar el todo—.¡Pero no hay nada fuera del todo!

Que no se haga ya responsable a nadie, que no sea lícito atribuir el modo de ser a una causa prima, que el mundo no sea una unidad ni como sensorium ni como «espíritu»; sólo esto es la gran liberación, sólo con esto queda restablecida otra vez la inocencia del devenir… El concepto “Dios” ha sido hasta ahora la gran objeción contra la existencia… Nosotros negamos a Dios, negamos la responsabilidad en Dios: sólo así redimimos al mundo.

Friedrich Nietzsche, «Los cuatro grandes errores»,
en Crepúsculo de los ídolos

En particular: la naturaleza —mejor no se ha podido decir— no impone «finalidades» a sus creaciones; tal concepto ha sido introducido por el ser humano, pues aquélla no hace otra cosa que impeler a los organismos a satisfacer sus apetencias; y es sólo de esto, entonces, de lo que derivan ciertos efectos, a los que algunos se apresuran a otorgar el título de «sagrados»: la reproducción, en este caso.

La vida es dolor, hambre, sed, soledad, libido… Y si uno es fiel a su naturaleza ha de estar atento sin reticencias a los dictados de ésta, a sus órdenes; la existencia pura no es, por tanto, sino calmar el dolor, saciar el hambre y la sed, procurarse compañía, satisfacer la libido: dicha existencia, en suma, está basada esencialmente en la búsqueda del placer o del alivio; constriñendo tal búsqueda falseamos aquélla. Esto es lo natural, y sólo la naturaleza —no el ser humano, arbitraria y artificialmente— tiene autoridad para definirlo.

Quien condena determinadas tendencias (cuando no implican perjuicio a otros) aduciendo que éstas no cumplen la supuesta finalidad debida es precisamente quien traiciona a la naturaleza; andan descaminados, porque ésta no sigue plan alguno, su fuerza radica en el instinto; no pretende alcanzar fines, es la causa.

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* Artículo recuperado del blog Divagando.

2 comentarios:

  1. No tendremos nombres famosos, ni seremos reconocidos en el mundo por este tipo de reflexiones, pero son una muestra de que muchos humanos somos capaces de abrir los ojos y no dejarnos engañar por las sí reconocidas filosofías que apoyan un sistema contra natura. Excelente tu artículo.

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  2. ¡Oh, muchas gracias, querida seguidora! Tenía raptos, según parece, en los tiempos en que lo escribí, de una inspiración divina. Aunque ahora debería surgir la pregunta: ¿y quién inspiró a Dios?

    Saludos.

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