viernes, 25 de diciembre de 2009

¿Soy, o me hacen?



Uno, el que sólo en los demás ve defectos, hizo de pinche junto con Ella, y se encargó de preparar las gambas y el pulpo. Se le olvidó echar sal a las primeras, cosa que intentó enmendar friéndolas un rato más; pero fue demasiado corto ese rato, y sosas se quedaron. Por descontado, él pensaba que las suyas eran las mejores gambas nunca antes cocinadas, pero yo, que no habiendo cocinado nada no me consideraba autorizado para juzgar, me las comía pensando: «Qué desperdicio de gambas. En fin…». Mientras esto sucedía, Uno vigilaba el pulpo, abriendo de vez en cuando el horno en el que se estaba haciendo y siempre quejándose de lo duro que seguía estando. Llegado el momento de su ingesta y degustación, resultó estar, sí, algo duro, pero sobre todo soso. «Al pulpo nunca se le echa sal, Ella», aleccionaba Uno a su creadora. Por lo que había ido escuchando yo durante la conversación, Uno lo había cocinado con algo de cerveza. «Amarga un poco», comentó Ella para la concurrencia. Y yo, mientras me lo comía tratando de no exteriorizar con mi cara lo que en mi interior sentía, pensaba: «Qué desperdicio de pulpo. En fin…».

Todo ello se desarrollaba en medio de una velada donde Ella parecía disfrutar sobremanera, pues no pasaban acaso cinco minutos sin que por razones que siempre a mí se me escapaban se desternillara casi hasta el infarto. «Más que vino blanco parece que fuera éxtasis líquido lo que está bebiendo», pensaba yo.

Y, como apenas hablara yo y mi semblante apenas se conmoviera, Uno insistía en no llamarme por mi nombre, sino por el de «Sosomán», hasta que le hube de decir que, cuanto más me lo llamara, más a propósito me vendría tal sobrenombre. Pues su estúpido apelativo no provocaba en mí sino ganas de sumirme más y más en el mutismo, lo cual se agravaba al ver que era yo incapaz de participar, pues no lo comprendía, del alborozo de Ella y Uno (uno y otro mutuamente se procuraban motivos para alimentar su jocosidad). Alborozo que no parecía comprender tampoco Otro; acaso adivinaba algo de vez en cuando, ya que se reía, sí, de vez en cuando, con alguna gana. Y es que seguramente estaría pensando Otro, marido de Ella según los papeles, en sentarse ante el ordenador e intercambiar e-mails con quienquiera que lo haga: hace unos días se abrió una cuenta, para evitar —sospecho— que la factura de su teléfono móvil continúe llegándole con un importe a pagar que tal vez ya le resulta casi obsceno.

En cuanto a la imagen que encabeza mi escrito soliloquio, se trata de una frase que recomendaron, desde el Teléfono de la Esperanza, que tuviera siempre presente Ella: la de anoche no es su actitud habitual, que más bien se inclina hacia la quejumbre y el pesimismo. Bueno, en realidad en la frase original reza un verbo en primera persona, pues tiene como fin que Ella se convenza, a sí misma, de que la realidad no es como ella la ve. Mi propósito es comprar un marco digno para la composición (la imagen de fondo, que añadí después de informarme de qué flores le gustan, es cosa mía también) y regalárselo todo un día de éstos. Sin embargo, el marco sigue sin comprar, la imagen metida en una triste funda de plástico, porque de lo primero («Eres una persona valiosa y llena de amor […]») no cabe dudar, pero de lo segundo necesito estar más seguro. Necesito la señal de que, aunque sea al menos durante cinco días, Ella siente que no es mierda todo cuanto tiene a su alrededor. Se merece mi amor y mi respeto, desde luego, pero quiero que se los merezca un poco más.


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